Texto: Sabina Rosado Romero (Film in Granada)
Valeriano López (Huéscar, 1963) es un artista multidisciplinar conocido internacionalmente. En 1996 creó el cortometraje de animación Estrecho adventure, donde muestra con estética de videojuego el peligroso periplo de un marroquí para llegar a España.
Le siguieron videocreaciones tales como Burquita Roja (2010), las exposiciones Aldea Fatal (1999) y Granada de mano (2006), la obra de teatro La gitana superdotá (2015-16) o su conocido largometraje Juana la Lorca (2021), que ha pasado por los festivales de Málaga, Festival Nuevo Cine Andaluz de Casares, RIZOMA Festival Internacional de Cine & Cultura Entrelazada y Taiwan International Queer Film Festival.
Para empezar una pregunta sentimental, ¿Cómo llevas tu divorcio con Lorca?
Lo voy superando. Decía Juan de Loxa que el que se adentra en el universo lorquiano acaba enlorquecido. Y eso me estaba sucediendo a mí. Por tanto, así que pasaron cinco años de relación y a riesgo de acabar más loco de la cuenta debido a los obstáculos interpuestos por la familia y exégetas locales, el 2 de diciembre de 2022 formalicé mi divorcio con el poeta en una serie de performances en distintos espacios de Granada, como son la Basílica de la Virgen de las Angustias, patrona de la ciudad, donde hice entrega de mi ramo de divorciada, o el Restaurante Chikito, antiguo Café Alameda, lugar de reunión de la famosa tertulia El Rinconcillo, donde celebré mi banquete de divorcio.
Quiero aclarar que mi historia con Lorca se desarrolló en tres actos: la presentación del idilio tuvo lugar en la Casa-Museo Huerta de San Vicente con el proyecto Nadivlo Et On Sonisesa Sut; el romance se complicó con la llegada de la ingeniosa Juana la Lorca; el desenlace propuso un pacto público para zanjar esta locura de amor y devolver Lorca al altar.
Normalmente, cuando empiezas una serie, una videocreación, una película… ¿Cuál es el proceso desde que brota la idea hasta que se materializa?
En mi caso las ideas no brotan solas. Inicio un proyecto cuando hay un tema que me interesa, me preocupa, me toca… A partir de ahí, hago una inmersión temática que en ocasiones alcanza niveles abisales sin que aparezca “la idea”. En esos casos no suelo materializar una propuesta artística sino que todo queda circunscrito al ámbito de mi propia experiencia y del contexto en el que me he sumergido. Pero si la idea finalmente aparece, todo va rodado; es cuestión de trabajo y de rodearse de los colaboradores necesarios. Lo que me resulta penoso es la exhibición, exposición o distribución de la pieza. De la venta, ni hablamos.
¿Quiénes dirías que son tus principales referentes audiovisuales y cómo han influido en tu obra?
Son demasiados y, en muchos casos, irreconciliables. Por ejemplo, para la película Juana la Lorca he tenido en el horizonte Mudanza de Pere Portabella, en la que vacía de enseres y objetos la Huerta de San Vicente, Casa-Museo de García Lorca, para mostrar la ausencia significativa del poeta y su fetichización; el juego metalingüístico de Juana la Lorca se acerca a lo que hace Juan Carlos Tabío en Plaff; el activismo queer viene más de autores como Pedro Lemebel que del ámbito propiamente cinematográfico; como celebración de la vida y de los cuerpos, he tenido de referencia al Pasolini de la Trilogia della vita; la sátira despiadada es heredera, entre otros, de Berlanga.
Tres rasgos definitorios de tu estilo son el localismo, la crítica social y el sentido del humor ¿Surgieron de un modo espontáneo o fue deliberado?
Creo que el humor difícilmente puede ser deliberado; no hay nada con menos gracia que alguien que quiere hacerse el gracioso. Lo mismo pasa con la crítica social; no quiero ni decirte la de artistas que se adscriben al arte político, por ejemplo, y son unos oportunistas. Mi interés por lo local sí puede decirse que es deliberado y ha ido en aumento desde que en 1999 realicé la exposición Aldea Fatal.
¿Cómo surgió el personaje de Juana la Lorca?
Hacía mucho tiempo que quería meterle mano a Lorca, denunciar su mercantilización y conversión en una marca competitiva, pero sentía una mezcla de vértigo y pereza cada vez que me asomaba al lorquismo. Hasta que un día apareció Juan Herrera. Él interpretó un personaje secundario en mi obra de teatro La gitana superdotá y desde entonces tuve claro que tenía que escribir algo para él. Su arte, su gracia, su desparpajo, su espontaneidad, su espíritu gitano y su conocimiento de la obra de Lorca me animaron a crear ese personaje a través del cual hablar de todos los aspectos que me interesaban (o aborrecía) de Lorca.
Al utilizar como elemento central en Juana la Lorca al propio Lorca ¿Tuviste en cuenta que es un artista en el que confluyen muchas interpretaciones, a veces enfrentadas?
Obviamente. Y Juana entra en el tablero dinamitando los tópicos más rígidos y casposos, esa erudita ortodoxia que ha convertido a Lorca en algo intocable, en un santo venerado. Es una “granada de mano” colocada en el seno mismo del dogma que desmonta los pedestales. Juana es una «anarkolailo», un gitano queer rebelde, “temporalmente” lorquiana que convierte la pena negra en anarquía festiva. Juana es un artista transformista gitano que irrumpe en el entramado lorquiano con sus plumas, pelucas y pestañas postizas para poner en evidencia que el mito Lorca se ha construido a base de maquillaje y retoque; un Lorca domesticado, construido e inventado. Juana es un Quijote travesti que se ha impuesto la misión de deshacer este entuerto.
Además de dirigir cine y ser un artista plástico, trabajas con éxito la performance. ¿El público reacciona siempre como prevés?
Hay artistas que se acomodan a una fórmula que les funciona, pero a mí me gusta jugármela en cada proyecto. Me muevo en la cuerda floja y siempre voy aterrado a mis presentaciones porque creo que me van a machacar.
Eres granadino igual que el padre del cine experimental español, José Val del Omar. Los dos habéis usado Granada como tema: él con Aguaespejo granadino y tú a través de Lorca o de Isabel la Católica. ¿Qué relación mantienes con la obra de Val del Omar?
Val del Omar es inmenso, como todos sabemos. Recuerdo la impresión que me causó su Tríptico elemental de España. Es un creador que no deja de sorprenderme, pero no me decido a mantener una relación con él. Después de Lorca no me han quedado ganas de repetir con otro genio granadino.
Me duele España es una videocreación dadaísta, y me atrevo a decir que también es insolente. Me recuerda la frase de Jardiel Poncela: “El humor es el zotal de la cultura”. Cuando creas, ¿tienes en cuenta la tradición del humor español?
La pieza a la que te refieres es tan insolente como sus protagonistas. Yo no podía hacer otra cosa que ser fiel al colectivo que estaba documentando. En cuanto a mi sentido del humor, se lo debo a mi abuela. Ella, siendo analfabeta, tuvo un humor heredero de una tradición que podría entroncar perfectamente con El Quijote, El Lazarillo o La Celestina.
¿Qué lugar ocupa el cine en una obra tan extensa como la tuya?
En el contexto del Festival de Málaga, alguien que quería hundirme dijo lo siguiente en un conocido medio: “El cine de Valeriano López es singular desde sus inicios con Estrecho Adventure en los noventa. Es un cine más cercano a la performance o al arte conceptual que al cine como tal. Valeriano es más artista que cineasta. Creo yo. (…)”. Y llevaba razón; soy un intruso.
¿Qué ventajas e inconvenientes encuentras para la producción de tus proyectos en la provincia de Granada?
La ventaja principal es que en Granada tengo una importante red de colaboradores incondicionales que forman parte de mi vida afectiva y profesional. Los inconvenientes podrían tener que ver con la industria pero, como me muevo fuera de ella, poco puedo decirte al respecto.
Para terminar una pregunta típica ¿En qué estás trabajando?
La respuesta típica es que no te lo puedo decir, pero en unos días me voy con una sinopsis bajo el brazo a la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños de Cuba.